CÍRCULO DE TEOLOGÍA DEL SENTIDO COMÚN PRESENTA:

 

 

SAULO EN “DAMASCO”

 (EPÍLOGO del libro JESÚS, DEFENSOR DEL JUSTO ZACARÍAS)

 

 

 El episodio de la conversión de Saulo en el “Camino de Damasco” y su estancia en la ciudad de igual nombre, reclama una explicación plausible. Es lo que aquí intentamos, después de tanta exégesis equivocada.

Según el relato de Hechos 9,1-2: “Saulo se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de autorización para ir a las sinagogas de Damasco, a buscar a los seguidores del nuevo camino, hombres y mujeres, y llevarlos presos a Jerusalén”.

Y, en 2 Cor 11,32-33, se dice: “En Damasco, el etnarca del rey Aretas hacía vigilar la ciudad de los damascenos para apresarme; pero a través de una ventana fui descolgado en una cesta, muro abajo, y así escapé de sus manos”.

Una lectura literal y acrítica parece apuntar a la ciudad siria de Damasco, supuestamente gobernada entonces por el monarca de la Nabatea, como el lugar al que Saulo dirigía su misión contra los discípulos de Jesús.

Pero surgen dudas de extrema importancia, que dan al traste con esa interpretación; las demás peso son dos: las relacionadas con la jurisdicción del Sumo Sacerdote de Jerusalén para decidir sobre la extradición de sectarios enemigos en sinagogas foráneas, y las relativas a la soberanía del rey de Petra, entonces Aretas IV Filopater, sobre Damasco, ciudad de Siria, en la que contara con un gobernador o etnarca.

La ayuda para una cabal reconstrucción, esclarecedora de esta última situación, nos la presta el historiador Flavio JOSEFO. En el Libro XVIII de sus Antigüedades Judaicas, refiriéndose en el cap. 5 a los enfrentamientos que surgieron entre Aretas y Herodes Antipas, con motivo del repudio que el tetrarca de Galilea y Perea infligió a la hija del nabateo, lo que dio a Aretas pretexto para hacerle la guerra a Antipas por cuestiones fronterizas dice: “Aretas buscó un pretexto de hostilidad a propósito de las fronteras del territorio de Gabalitis” (5,1).

Gabalitis o Gabala era una región semidesértica que se extendía entre Perea y Moabitis, o sea, la estepa de Moab, que entraba en la Araba (desierto) de la Nabatea, lindante con la zona de Maqueronte. Este fue, quizás, el “Desierto de la Tentación” de Jesús, que también era frecuentado por el Bautista, al noreste del Mar Muerto.

La derrota de Herodes en la guerra que, con tal motivo, tuvo con Aretas, hizo concluir a JOSEFO: “Algunos judíos creyeron que el ejército de Herodes había perecido por la ira de Dios, sufriendo el condigno castigo por haber matado a Juan, el Bautista”.

Varios autores, de exégesis crítica, rechazan la misión de Saulo en el Damasco sirio, entre otros, Santos SABUGAL (1).

Autores familiarizados con el tema de Qumrán y que ven en los “hijos de Sadoc” la representación más genuina del esenismo palestino, identifican “el país de Damasco” con el territorio de Khirbet Qumrán, viendo en la comunidad del Mar Muerto a los autores de toda literatura allí depositada.

Suele decirse que Juan el Bautista predicó y bautizó en la misma área geográfica del desierto de Judá en la que estuvieron los sacerdotes sadoquitas, fugados de Jerusalén, y que renegaron del templo de Sión. Se asegura, por otros, que Jesús estuvo en Qumrán y convivió con aquellos monjes, sometido a su disciplina y costumbres (2).

También se afirma por algunos investigadores que el apóstol Pablo cuando se dirigió a Damasco, persiguiendo a los discípulos del “nuevo camino”, encontró cura y conversión en el monasterio de Qumrán, donde incluso se aluden entre sus avenidas, a la “Calle Recta” (Hech. 9,11). El “Camino de Damasco” sería el camino terrestre que, saliendo de Jerusalén, llevaba, por el desierto de Judá, a Khirbet Qumrán.

Se alega, entre otras razones que Saulo no pudo recorrer la distancia de 240 Kms. que separan Jerusalén de Damasco en Siria en el tiempo de 6 horas, en que tuvo lugar la salida de su viaje, y el momento en que cayó de su caballo, cerca ya de la ciudad damascena, hacia el mediodía. Y, según los exégetas partidarios de la conversión qumranita, las inmediaciones del Mar Muerto era el lugar de localización para “Damasco”, considerado este nombre en sentido simbólico, alegórico. Entran en esta línea interpretativa, entre otros, G. VERMES, A. JAUBERT, D. BARTHÉLEMY, S. SABUGAL… (3). Exégesis que ha sido muy estimada.

Considerando también fallida esta búsqueda, no ya por el simbolismo de la designación sino por lo contradictorio de un esenismo tan rígido como el de los monjes de Qumran, con ideología y prácticas contradictorias con el proyecto delineado en el Documento de Damasco, nos resta explorar, geográfica y doctrinalmente las posibilidades que nos ofrece el “Camino de Damasco” como apertura a la definición del “nuevo camino” buscado por Saulo.

Saulo se dirigía a Damasco “a buscar a los seguidores del nuevo camino” (Hech. 24,14); …“perseguí a muerte a quienes seguían este nuevo camino; perseguí y metí en la cárcel a hombres y mujeres” (22,4).

¿Cuál era ideológicamente ese “nuevo camino”? Lo definió Saulo ante el prefecto Félix, que le juzgaba en Cesarea del Mar: “Lo que si confieso es que sirvo al Dios de mis padres de acuerdo con el nuevo camino que ellos llaman secta, porque creo en todo lo que está escrito en los libros de la ley y de los profetas; y tengo, lo mismo que ellos, la esperanza en Dios de que los que mueren han de resucitar, tanto los buenos como los malos. Por eso, procuro tener siempre limpia mi conciencia delante de Dios y de los hombres” (Hech. 24,14-16).

¿A qué secta (hodou) señalaba Saulo? Aquella, de cuya pertenencia se le acusaba: “…es cabecilla de la secta de los nazoreos” (Hech. 24,5). ¿Y cuál era el delito que, como nazoreo se le imputaba?: “Ha intentado profanar el templo, motivo por el cual le hemos apresado” (Hech. 24-6).

Los nazoreos recibían este nombre por ser discípulos de Jesús el Nazoreo: “Yo mismo pensaba antes que debía hacer muchas cosas en contra del nombre de Jesús el Nazoreo” (Hech. 26,9). Correlativo a: “Yo soy Jesús el Nazoreo, a quién tu persigues” (Hech. 22,8).

Saulo, ante el rey Agripa, narra cómo perseguía a los discípulos de Jesús: “Con la autorización de los jefes de los sacerdotes metí en la cárcel a muchos de los creyentes; y cuando los mataban, yo estaba de acuerdo. Muchas veces les castigaba para obligarles a negar su fe. Y esto lo hacía en todas las sinagogas, y estaba tan furioso con ellos, que los perseguí hasta ciudades extranjeras. Con este propósito me dirigí a la ciudad de Damasco…” (Hech. 26,9-10).

¿Dónde estaba Damasco, lugar vigilado por el etnarca o gobernador del rey Aretas? Si no en Siria, ha de localizarse en un territorio de la soberanía del rey Aretas, cercano a la Arabia, mencionada por Saulo (Gál. 1,17). Y esa “Arabia” no había de estar lejos de la Gabala o Gabalitis, región de Perea, zona de conflicto entre Aretas y Herodes. La estepa de Moab lindaba con el valle oriental del Jordán. No lejos estaba Betania, enfrente de Jericó, en la otra orilla.

Camino de Damasco, por la vía norte, Saulo cruzó, desde Jericó hasta alcanzar el vado de Betania, o Bethabara, “lugar del vado”. Al llegar allí, viniendo de Jerusalén, era el mediodía, y se cumplían las 6 horas del viaje. Allí cayó, cegado por una luz “celestial”.

En “Vía Recta”, por el valle del Jordán, se llegaba pronto a Damiyéh o Adamiya, la antigua Adam, donde estaba el “Puente de Damasco”. De allí partió, avisado, el vidente y terapeuta nazoreo Ananías que curó a Pablo y lo bautizó (Hech. 9,8-19).

Ananías es una clave de identificación esenia: hombre “piadoso” (Hech. 22,12); hombre terapeuta: “el cual, poniéndose a mi lado me dijo: Hermano Saulo, recibe la vista; y en ese momento, alcé los ojos y le vi” (Hech. 22,13)… “Y le dijo Ananías: levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre (el Justo)  (Hech. 22,14-16). Ananías era un esenio nazoreo que practicaba el bautismo en el nombre de Jesús.

Ananías, discípulo de “Damasco” (Damiyéh), a quien el señor dijo: “Ve porque he escogido a ese hombre para que hable de mí a las gentes de otras naciones, a sus reyes, y también a los israelitas…” (Hech. 9,15).

Y (Saulo), comió, se fortaleció. Y pasó algunos días con los discípulos que vivian en Damasco” (Hech. 9,18). Estaba en el “Camino de Damasco”, a seis horas de Jerusalén. Allí se convirtió, en un enclave nazoreo de discípulos de Jesús: Betania, Colina de Elías, Pella, Gerasa, Gadara…, la sede del “Camino de Damasco”.

Y, más tarde, Saulo llegó a ser el “líder de los nazoreos” (Hech. 24,5) (4).

 

 

 

 

 

NOTAS

 

1)      S. SABUGAL, La conversión de San Pablo. Damasco, ¿ciudad siria o región de qumrán. Herder, Barcelona, 1976, pag. 172. Cita, entre otros: J.STARCKY, “Petra et la navateen”. En DBS VII (París, 1966) 886-1017 (909).-Ver t. A. STIENMANN, Aretas IV, könig der Nabataer. Freiburg, 1909.

 

2)      Véanse: H. STEGMANN, Los Esenios, Qumran, Juán Bautista y Jesús. Trotta, Madrid, 1996; O. BETZ y R. RIESNER, Jesús, Qumrán y el Vaticano. Herder, Barcelona, 1994; K. BERGER, Qumrán and Jesus. Stuttgart, 1993; J. TREBOLLE, Paganos, judíos y cristianos en los textos de Qumrán. Trotta, Madrid, 1999.

 

3)      G. VERMES, Scripture ant Tradition in Judaism. Leiden, 1961 (43-49; A. JAUBERT, “Le pays de Damas”. En RB 65 (1958) 214-248; B. BARTHLEMY, “Qumrán Cave I, 5-7”. En RB 60 (1953) 422; S. SABUGAL, Op. Cit., pp. 200-219. P. LAPIDE, Paulus Zwischen Damaskus und Qumrán. Gütersloh, 1993.

 

4)      J.L. SUÁREZ RODRÍGUEZ, El Camino de Damasco, Q          umrán y Jesús esenio. APIS, Madrid, 2001.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 LA MUERTE DE ZACARÍAS

VINDICADA

 

Por José Luis Suárez Rodríguez

 

 

1. CLAMOR DE VENGANZA

 

A comienzos del siglo I, cuando en Palestina, después de la muerte de Herodes el Grande reinaba una gran crisis de confusión, inestabilidad y desasosiego por el porvenir de la nación israelita, surgió la figura parenética del Mesías Vindicador, fundada en la reivindicación de la Justicia retributiva, restauradora del orden divino preestablecido.

 

Para los sabios de Judá, mantenedores del templo de Jerusalén, rehecho por el idumeo Herodes, que anhelaba la llegada del Hijo de David como libertador de la nación con intención imperialista, ese Mesías Justo era esperado para restablecer la primacía del "pueblo de Dios", amenazado y esclavizado por mano extranjera: "Porque el señor vindicará a su pueblo y tendrá compasión de sus siervos, cuando vea que su fuerza se ha ido, y que nadie queda, ni siervo ni libre" (Deuteronomio 32, 36). Y esta idea vindicativa quedaba entonces plasmada en los Salmos de Salomón, publicados en la época con espíritu fariseo: "Señor, suscítanos un rey, un hijo de David, en el momento que tu elijas, para que reine en Israel tu siervo. Rodéale de fuerza, para que quebrante a los príncipes injustos y purifique a Jerusalén de los gentiles que la pisotean, destruyéndola...; para aniquilar a las naciones impías con la palabra de su boca; para que ante su amenaza huyan los gentiles de su presencia... juzgará a los pueblos y a las naciones con justa sabiduría. Obligará a los gentiles a servir bajo su yugo... él será sobre todos un Rey justo, instruido por Dios... (17, 21-46). En el versículo 42 se lee: "Tal es la majestad del Rey de Israel, la que dispuso Dios suscitar sobre la casa de Israel para corregirla"...

 

La idea de "corregir" o "enderezar" apuntaba en Judá a la "Justa retribución", que tenía en cuenta la superioridad perdida del "pueblo de Dios", humillado por el yugo romano, con ayuda de la dinastía idumea de los Herodes.

 

Distinta idea de Justicia divina equitativa era la que apuntaba proféticamente a la llegada de un Mesías en Samaria, que "retornaba" como "Restaurador" (Taheb). Era un profeta "como Moisés", prometido a éste por Dios: "Levantaré un profeta, en medio de tus hermanos, semejante a ti. Yo verdaderamente pondré mis palabras en su boca, y él ciertamente dirá lo que yo le mande decir. Y yo seré Vengador del que no quisiere oir de su boca mis palabras" [1].

 

En la Palestina herodiana se puso en circulación, desde comienzos del siglo I, un libro seudoepigráfico titulado Vidas de los Profetas. En él se hace reseña, entre otros, de Zacarías, hijo de Jehoyadá, sacerdote. Su figura y su martirio arroja un gran paralelismo paradigmático con el padre de Juan el Bautista, también de nombre Zacarías, profeta martirizado en aquel tiempo.

 

Vivió Zacarías, hijo de Jehoyadá, en el tiempo de Joás de Judá, que reinó en el período entre 835 y 796 a. C. Tuvo como consejero y protector a Jehoyadá, sacerdote, cuyo hijo el profeta Zacarías recriminó al rey su apartamiento idolátrico de la ley divina. Joás, que intentaba su propia adoración como dios por los principes de Judá, ordenó que maltrataran al profeta. Y luego mandó matarlo, a pedradas, "entre el templo y el altar" (2 Cron. 24, 21). El cronista añade: "No se acordó el rey Joás de la bondad que Jehoyadá, padre de Zacarías, le había mostrado, sino que asesinó a su hijo. Y Zacarías, al morir dijo: "Que lo vea el Señor y tome venganza" (24, 22).

 

Joás tuvo un final trágico y desdichado, lo que se atribuyó a la "ira de Dios": Fue asesinado por sus propios siervos en Bet-milo. así se cumplió el deseo profético de Zacarías, hijo de Jehoyadá (2 Re 12, 1-21).

 

En Vidas de los Profetas se dice: "La Casa de David derramó su sangre, en medio del Santuario, sobre el patio".

 


 

2. EL MARTIRIO DE ZACARÍAS

 

El padre de Juan El Bautista era un sacerdote justo. Su historia se narra, a medias, en el Evangelio de Lucas. Ejerció como sacerdote en el templo de Jerusalén, perteneciendo a la "clase de Abias". Venerado por las iglesias cristianas y por el Islam y los mandeos. Estaba casado con "Elisabeth, de las hijas de Aaron" (Lc. 1, 5). El añadido de Lc. 1, 6 es de gran importancia: "Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor".

 

Zacarías y su clase sacerdotal, el turno de Abias, había tomado partido, entre los sacerdotes de Jerusalén acerca del problema de la corrupción económica y política, que, a la muerte de Herodes el Grande enfrentaba a los grupos de intereses en el Templo. La clase de Abias, encabezada por Zacarías, hacía oposición terminante a la casta sacerdotal corrupta. Zacarías, hombre justo e irreprensible en su conducta sacerdotal, predicaba la rectitud y el restablecimiento legal de la justicia, lo cual incluía disciplina en las costumbres del templo y del culto a Dios mediante sacrificios. Su mentalidad chocó frontalmente con el mercadeo templario. Esta rectitud, y sus consecuencias prácticas, provocó recelo y malestar, y el turno de Abias cayó en descrédito por el rigor de sus reclamaciones.

 

En estas circunstancias, la mujer de Zacarías, Elisabeth, dio a luz, inesperada y misteriosamente, a su hijo llamado Juan, cuyo linaje le había de enfrentar, por motivos dinásticos, a los herodianos. El nacimiento del Bautista tuvo lugar en torno al año 5 a. C., antes de la muerte de Herodes el Grande.

 

Tras la muerte de Herodes, sucedida en el año 4 a. C., estallaron múltiples y violentas revueltas en Jerusalén, con diferente signo según los promotores. La secta seducea, a la que pertenecía gran parte del sacerdocio del templo, encabezó las más violentas escaramuzas,  con intención de dominar la crisis planteada. Hubo grandes conflictos dentro de la clase sacerdotal, que ostentaba el mayor rango en la nobleza judía de la época, con el ejercicio de la autoridad no solo religiosa sino política y jurídica del pueblo judío.

 

El sucesor de Herodes el Grande en Judá y Samaria, Herodes Arquelao, que fue etnarca hasta el año 6 d. C., y se hizo temer por su crueldad, suscitó grandes conflictos hasta su deposición por Roma.

 

Y en ese momento surgieron en Palestina muchos líderes mesiánicos, que se pusieron la corona con el intento de "redimir al pueblo" y "restablecer el reino davídico", entre ellos: Simón de Perea, Judas el Galileo y Astronges (JOSEFO, Ant. XVIII; B. Judaic.II).

 

Herodes Arquelao, citado en el Protoevangelio de Santiago como "Herodes", fue el primer perseguidor de Juan el Bautista, el ejecutor de su padre Zacarías, en connivencia con un sector de sacerdotes saduceos, partícipes en la corrupción mercantil del templo. Fue el mismo "Herodes" que ordenó la "matanza de los inocentes" (XXII y Mt.  2, 16-18), temeroso también de Jesús en su situación dinástica. La muerte de Zacarías la urdió "Herodes", porque dijo: "Su hijo debe un día reinar sobre Israel" (Prot. Ev. Sant XXIII, 2). y Zacarías, sabedor de su muerte, "exclamó: Mártir seré de Dios, si derramas mi sangre. Y el Omnipotente recibirá mi espíritu, porque sangre inocente es la que quieres verter en el vestíbulo del templo del Señor" (XXIII, 3).

 

Zacarías, el padre de Juan el Bautista, el primer profeta del Nuevo Testamento, hombre "justo", de conducta "irreprensible", de gran rectitud en el cumplimiento de sus obligaciones sacerdotales, ¿fue, acaso, el Maestro de Justicia?

 

En aquel momento histórico, el Sumo sacerdote del templo de Jerusalén, nombrado por Herodes Arquelao, fue Joshua Ben Sie, que ejerció el cargo bajo las órdenes del tetrarca, siguiendo sus instrucciones, durante seis años (del  1 al 6. d. C.).

 

Ben Sie, figura oscura y olvidada, tapada por la ley sacerdotal del silencio, ¿fue el "Sacerdote Impío", el culpable, el "Hombre de Mentira", "que persiguió al Maestro de Justicia?" (1 Q Pes Hab 11, 2-8a).

 

Zacarías, Sacerdote y Profeta, Maestro de Justicia, "Dios lo eligió para que estuviera ante Él, y fue constituido para edificar mediante él, la congregación [de sus elegidos] y enderezó su camino en la Verdad" (4 Q Per.  Sal.  3, 14-17).

 

Durante el reinado de Herodes Arquelao la situación en Jerusalén y en el templo era muy tensa. Y al irse a Roma el tetrarca a legitimar su situación dinástica, estalló en el año 3 una sublevación durante la fiesta judía de Pentecostés, con grandes refriegas en los estamentos de poder; los sacerdotes confrontaron violentamente sus posicionamientos. Fue entonces, a la vuelta de Roma, cuando Arquelao, en convivencia con el sector acomodado del sacerdocio, y azuzado por presiones dinásticas, persiguió al linaje de Juan el Bautista y arremetió contra Zacarías asesinándolo. "Y a punto de amanecer, Zacarías fue asesinado, y los hijos de Israel ignoraban lo que le hubiere ocurrido" (Protoev. Sant. XXIII, 3).

 

3. LA VINDICACIÓN DEL NAZOREO

 

 

A la muerte violenta de Zacarías, su hijo Juan, perseguido por los herodianos y por el sector fuerte de los saduceos, se exilió de Jerusalén, donde hubiera tenido porvenir sacerdotal de noble estirpe, yéndose a vivir al desierto de Perea, recluyéndose en Betania, "la casa del pobre". Allí creció formándose en la congregación de los nazoreos esenios. Y, en torno al año 28 - según Lucas ("En el año decimoquinto del imperio de Tiberio césar)- "vino la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él se fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para el perdón de los pecados" (Lc. 3, 1-3).

 

Allí, en la colonia esenia, coincidió Juan con Jacobo, el autor del Protoevangelio: "Y  yo, Jacobo, que he escrito esta historia, me retiro al desierto, después de que sobrevinieran a Jerusalén los disturbios con motivo de la muerte de Herodes" (XXV, 1).

 

El Bautista se manifestó como reivindicador de la Justicia en un "reino de Dios" por venir, predicando la libertad social y la igualdad entre los creyentes de Abraham. A Juan se le suele considerar como el iniciador de una causa desconocida, aunque dirigida por una intuición profética, cuya estampa solo encuentra comparación en la literatura profética del Antiguo Testamento. El Ev. de Juan lo considera "un hombre enviado de Dios" (Jn. 1, 6), aunque él se consideraba, "la voz de uno que clama en el desierto" (Jn. 1, 23). Su clamor o mensaje tenía como meta la "llegada del reino de Dios" con justicia, igualmente que Jesús, quién decía: "Buscad el reino de Dios y su justicia, todo lo demás se os dará por añadidura" (Mt. 6, 33).

 

Pero Jesús decía, además: "desde los días de Juan (desde su nacimiento), el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan por la fuerza" (Mt. 11, 12). Muy posiblemente se refería a la muerte violenta de Zacarías, que para Jesús fue una idea obsesiva en su misión, emprendida a la muerte del Bautista, de lucha contra los dirigentes de Jerusalén, instalados por la fuerza y "perseguidores y asesinos de profetas", en la misma línea de la protesta de Juan: "¿Quién os ha enseñado a huir de la ira (de Dios), que está a punto de llegar? (Mt. 3, 7)... "el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles... (Mt. 3, 10).

 

Era la misma ira divina, llegada como castigo, según F. JOSEFO, tras la muerte de Juan el Bautista: "Los judíos creían que en venganza de su muerte, fue derrotado el ejército de Herodes (Antipas, frente a Aretas), queriendo Dios castigarlo" (Ant. XVIII, 2).

 

Tras el asesinato del Bautista, Herodes Antipas, oyendo hablar de los prodigios de Jesús, exiliado de Galilea a Iturea, aunque actuando también en Perea, creyó ver en él a Juan "redivivo", pues "la gente decía: Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él estos poderes milagrosos..." (Mc. 6, 14; Lc. 9, 7). Pero Jesús calificó al tetrarca, de "Zorra", y añadiendo: "He aquí que hoy y mañana echo fuera demonios y hago curaciones, y al tercer día termino mi obra... Sin embargo, es necesario... que siga mi camino, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén" (Lc. 13, 32-33).

 

Es este un lugar clave para definir y clarificar el plan de Jesús el Nazoreo, que había relevado al Bautista en su misión profética: la intención de ir a Jerusalén a morir, porque allí se asesina a los profetas: "¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados!" (Lc. 13, 34; Mt. 23, 37).

 

Jesús mantenía en el recuerdo, como acicate de motivación reivindicativa, el asesinato, en el templo, de su tío Zacarías, el padre de Juan el Bautista: "¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que antes habían anunciado la Venida del Justo, del cual ahora vosotros os habéis hecho traidores y asesinos..." (Hech. 7, 52).

 

Y más explícitamente, señalando nominalmente a la víctima: "Que se demande a esta generación la sangre de todos los profetas, derramada desde la fundación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo. Si, os digo que será devengada a esta generación" (Lc. 11, 50-51; Mt. 23, 35-36).

 

Jesús señalaba como responsables a los integrantes, no convertidos, de la generación presente, que además intentaban ocultar la muerte violenta del Justo Zacarías[2], solidarizándose con la reclamación de Juan: "¡Raza de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que está a punto de llegar? Arrepentíos! (Mt. 3, 7-8).

 

Azuzado por la culpa de Jerusalén, la ciudad homicida y perseguidora de profetas se convirtió en una obsesión vindicativa, de rápida ejecución, para Jesús, a quién, camino de Jerusalén, "se le afirmó el rostro" (Lc. 9, 51) para cumplir su objetivo. Las intenciones y peripecias del itinerario de victimación vindicativa queda bien marcado por Lucas: 9, 51; 13, 22; 13, 33-34; 17, 11; 18, 31-33; 19, 28; 19, 41-44...., pasajes que describen todo un proceso del héroe que busca el martirio como reivindicación a cumplir por mandato profético.

 

El profeta nunca es vengador, pero vaticina la "Venganza de Dios" como ira venidera, castigadora y remuneradora. Cuando, tras la "purificación" indignada del Templo, expulsando a los mercaderes y clamando: "Mi casa, llamada casa de oración, vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones" (Mt. 21, 13), y después de la acusación de "asesinos de profetas" a escribas y fariseos, también de Zacarías, (cap. 23), y cuando se iba del templo, le mostraron los edificios, predijo vindicativamente: "¿Veis todo esto? De cierto os digo que aquí no quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada" (Mt. 24, 2).

 

Acusar al Nazoreo de "violento" y "zelote" por la peripecia del templo, fruto de santa indignación por haberlo convertido en "cueva de ladrones", expresión tomada de Jeremías 7, 11, y quizás recordando las motivaciones de la muerte de Zacarías, no tiene pleno sentido. Jesús fue a Jerusalén a reivindicar la muerte de los profetas, su maltrato y persecución. Pero lo definitivo de su intervención fue la predicción profética, en nombre del Dios Vengador, de la caída histórica, asolación y ruina, de Jerusalén y su templo. Venganza que se cumplió.

 

Esa profecía, no vengativa sino restauradora del orden divino, no es contraria al mensaje de amor y de perdón que Jesús predicó.

 

El nazoreo Pablo lo entendió así, cuando en la Epístola a los Romanos decía:

"No os vengeis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, amontonarás sobre tu cabeza ascuas de fuego. No seas vencido de lo malo, sino vence tú el mal con el bien" (Rom. 12, 19-21).

 

Pasaje que habla del "bautismo de fuego" que el Bautista dijo que traería Jesús, y cuyo espíritu es paralelo con lo propugnado por Jeremías 51, 36: "Lo dice así el Señor: Yo defenderé tu causa, y ejecutaré tu venganza; secaré su mar y haré que se sequen sus manantiales".

 

[1] Obras del Venerable Maestro Fray Luis de Granada. T. XIII, C. III, p. 604. D. A De Sancha, 1789.- V. t Hech 3, 23

 [2] Ocultamiento que queda reflejado, por intrusión escribana en el Ev. de Mateo, en el que se lee, inesperadamente: "Zacarías, hijo de Berequías, a quién matásteis entre el templo y el altar" (Mt. 23, 35).

 

 

 


APIS convocará un concurso de guión cinematográfico sobre este argumento, y los beneficios de la película, deducidos gastos, serán destinados a remediar la miseria causada por fanatismos religiosos.

 

 

 

 

fanatismo religioso