CÍRCULO DE TEOLOGÍA DEL SENTIDO COMÚN PRESENTA:

 

 

ALEGATO CONTRA EL FANATISMO RELIGIOSO
Por JOSÉ LUIS SUÁREZ RODRÍGUEZ


El autor de este libro realiza un intento muy serio para desenredar la urdimbre, amañada y de raíces ancestrales, que encubre un misterio falaz: la Alianza del dios Elohim con el «padre de muchos pueblos», Abraham de Ur de Caldea, descendiente de Sem y fundador de la muy antigua religión semita del Levante mediterráneo, que dio origen a la cultura de la Gente del Libro, asumida por hebreos, islamistas y judeo-cristianos. La investigación de los orígenes del monoteísmo semítico, luego transportado a Europa y al mundo, revela la inquietante verdad de un fanatismo religioso que ha invadido la tierra en los dos últimos milenios, entenebreciendo los cimientos de la religión del hombre, alumbrada por Jesús de Gen Nezereth, desoyendo su mensaje crestiano de amor y tolerancia. El pacto de Elohim-Aláh se basa en un mito hebreo fundacional, cuyo mensaje afirma que «Dios eligió a un pueblo» particular, y lo acaudilló para conseguir, por medio de la violencia de la «guerra de Dios», el dominio de las demás naciones de la tierra; de manera que su imperio será salvación mesiánica para el Único pueblo electo y condena de esclavitud sempiterna para los otros pueblos paganos. Abram/Ibrahim fue, según el mito semítico, un patriarca del Antiguo Testamento hebreo, cacique local en Canaán, de conducta moral poco ejemplar, que sometió, a espada y botín de guerra, con la ayuda de su dios tribal, Elohim Sebaot o «Dios de la Guerra», a otros pueblos regionales, consiguiendo en Egipto y en Fenicia, mediante la explotación de su hermosa mujer-hermana, Sarai, riqueza, medro y agasajo, llegando a ser un «rico de la tierra». Fue sumiso  incondicional de su dios, estando dispuesto a sacrificarle a su hijo primogénito (Isaac según la Biblia, Ismael
según el Corán), obediencia religiosa que le valió la promesa de Yavhé: «Por lo que has hecho…, te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que invade la orilla del mar, y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos»(Gen , 16-17). Esta promesa divina de dominio imperial terrenal constituye el fundamentalismo de una fe engañosa, cuya doctrina dogmática se basa en el odio de conquista mediante el proselitismo y el exterminio de los pueblos enemigos, los «pobres de la tierra». Cuando a Dios se le asigna un lugar determinado en la tierra (Moriá, Sión, La Meca, El Vaticano…), concitando sacralidad excluyente y selectiva, se está construyendo, fraudulentamente, fortines de fe creyente en dioses paradójicos, enfrentados en lucha de intereses y diferencias, contrarios a la transcendencia y al ecumenismo de un solo Dios universal, «Padre de todos», porque es mayor que todos: «Porque el Padre mayor es que yo» (Jn 14,28), dijo Jesús con toda naturalidad (Ver  t. Fil 2,6), ateniéndose a una teología del sentido común. El profeta Jesús denunció los desvíos pecaminosos de una tradición oligárquica, la del judaísmo teocrático, que usaba a Dios y el Templo para el dominio opresor de los «hombres de la tierra» (los agricultores, artesanos y pescadores; los marginados, esclavos, mujeres y enfermos…). Los «ricos de la tierra» (terratenientes, sacerdotes, escribas, sabios, fariseos…), la clase dominante establecida, alentaba el mesianismo davídico con aspiraciones ideológicas de dominio del mundo, liberándose del Imperio romano, al que quería sustituir. Era la tradición abrahámica, después fanatizada por Esdras-Nehemías y el macabeísmo, que desde la vuelta del exilio en Babilonia exaltaba la progenie de Jacob, el «Vencedor del dios que lucha» (Yisra’el). Aquellos judíos fanáticos, creyentes en la divinidad del Todopoderoso, violento e iracundo Yahvé, afirmaban que ese dios era «su padre», pero Jesús los desenmascaró diciéndoles que eran «hijos del diablo» (Jn 8,44), o sea, de la ira, la venganza, la dominación, el exterminio… Ellos fueron los que dieron muerte asesina a Jesús el Nezereo. El Movimiento de Jesús el Mesías (mesianismo), iniciado en Jerusalén como «los de Jacobo» o «circuncisos», que luego se
denominó judeo-cristianismo, se enfrentó pronto con los seguidores nazoreos o helenistas de Jesús en Samaria, que huidos a Siria, recibieron en Antioquia el nombre de crestianos (sic), dando lugar al «cristianismo gentil», liderado por Pablo. Pero, en Asia Menor, las «siete iglesias», a donde llegó la diáspora judía mesianista, huida de Jerusalén, asentada también en Roma, se impuso el evangelio tergiversado y canonizado en el s.II, a partir de la versión apocalíptica de «la revelación de Jesús el Cristo que Dios le dio» (Apoc 1,1; intrusa en Mc 1,1: «el evangelio de Jesucristo»). El Apocalipsis, último libro del Nuevo Testamento, escrito por el Presbítero Juan (contradictoriamente atribuido al evangelista Juan, antijudío), que dogmatizó la escatología cristiana, introdujo la figura de Jesús, viniendo «al final de los tiempos» (milenarismo) a gobernar temporalmente el mundo, al modo de Yahvé, el dios judío: «…viene vestido con un manto empapado en sangre, y su nombre es el Verbo de Dios»… «De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones; y las regirá con vara de hierro; y El pisa el lagar del vino del furor de la ira del Dios Todopoderoso (Yahvé)» (Apoc 19, 13-15. V. t. Apoc 2,27; 12,5; Sal 2,9; 110,2). Así fue cómo el movimiento religioso de Jesús Cresto («el Bueno») se contaminó paradójicamente del fanatismo violento y enemistoso que había sido el origen fundacional de la Gente del Libro. Pero la doctrina espiritual de Jesús asentó nuevos pilares de una religión con base en la humanidad: la dignidad, la libertad, la igualdad, los derechos del hombre. Y esa religión humanizada dio origen a una civilización nueva, la que ha formado a Europa y ha fructificado en la democracia occidental, cuyo valor supremo es la liberalidad como tolerancia.


Contacto:apisediciones@hotmail.com
Visite: www.circuloteologiasentidocomun.com

fanatismo religioso