ABIBO
EL ENIGMA DESVELADO
DEL “DISCIPULO AMADO”
Por José Luis Suárez Rodríguez
“Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, cubierto con un largo lienzo blanco” (Mc. 16,5).
“Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y las escribió. Y sabemos que su testimonio fue verdadero” (Jn. 21,24).
El motivo por el que Juan, el autor del Cuarto Evangelio, ocultó el nombre del “discípulo amado”, es el mismo por el que él y los demás evangelistas nominaron con seudónimo al hombre prominente que enterró a Jesús Nazoreo. Juan añade, junto a José de Arimatea, a Nicodemo.
El hilo conductor que lleva a desentrañar el misterio del “discípulo amado” se encuentra a la entrada del sepulcro de Jesús, en el momento en que se realizó el fenómeno de la resurrección, clave de la religión cristiano-nazorea.
Cuando Jesús, colgado en un madero (Mc. 16,6) como Jesús Nazoreo (Jn. 18,18), apedreado como Coronado (Hech. 7,59), fue enterrado “por gente piadosa”, al tercer día, el primer día de la semana, su amiga María Magdalena, fue, muy de mañana, a visitar la tumba, y observó “que la piedra había sido retirada del sepulcro” (Jn. 20,1 ss).
Corriendo, la Magdalena fue a contarlo a Simón Pedro y también “al otro discípulo al que Jesús amaba”, diciendo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron, pues, Pedro y el otro discípulo, y se dirigieron al sepulcro”.
“El discípulo amado” -al que Juan no nombra-, corriendo más rápidamente que Pedro, llegó antes. Se asomó al sepulcro, “aunque no entró”. Llegado Pedro, “entró en el sepulcro y vio las vendas en el suelo” …
Aquí surge una pregunta nada inoportuna: ¿Por qué “el discípulo amado” no entró antes que Pedro, en aquel momento? ¿Quizás porque él había entrado ya antes? Al entrar con Pedro, “vio y confirmó (episteusen)”… ¿lo que ya había visto? (Jn. 20,8).
Para avalar la hipótesis de que aquel joven pudo haber retirado la piedra del sepulcro y entrar en él antes que nadie y, acaso, remover el cadáver de Jesús enterrado, acudimos a la lectura del relato evangélico considerado más primitivo entre los sinópticos, que es el de Marcos 16:
“1. Cuando pasó el sábado de la gran fiesta de la Pascua, María Magdalena, con María la madre de Jacobo y Salomé, había comprado aromas para llegar a ungirle. 2. Y muy de mañana, el primer día después del sábado, se acercaron al sepulcro, a la salida del sol. Y decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra que hay a la entrada del sepulcro? 3. A la llegada, les sorprendió que, al mirar, vieron que la piedra, muy grande, ya había sido removida. 4. Y al entrar en el sepulcro, se encontraron a un joven, sentado a la mano derecha, cubierto con un largo lienzo blanco, y se espantaron. 5. Pero el joven les dijo: No tengáis miedo. Si buscáis a Jesús Nezereo, a quien colgaron del madero, ya no está aquí, ha sido levantado (egerthe); he aquí el lugar donde le pusieron.
Esta es, quizás, la clave evangélica de la resurrección. El testigo, el anunciador (evangelista) del levantamiento de Jesús (egerthe, voz pasiva), corroboraba ante las “piadosas mujeres” el hecho.
¿Fue un hecho físico o fue un acto sobrenatural? A la fe y a la ciencia histórica les corresponde la palabra.
En el Evangelio de Mateo, Cap. 28, “el joven” resulta transformado en “ángel descendido del cielo”:
“Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena, y la otra María, vinieron a visitar el sepulcro. Y he aquí que se produjo un gran terremoto, porque un ángel del señor, descendiendo del cielo, y acercándose, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. Y, ante él, los guardias temblaron y se quedaron como muertos. Y hablando el ángel, dijo a las mujeres: vosotras no temáis. Yo sé que buscáis a Jesús, el que fue levantado (egerthe) ya no está aquí, porque ha resucitado, tal como dijo. Venid y ved el lugar donde estuvo”.
En este caso, egerthe, “fue levantado”, adquiere carácter de potencialidad sobrenatural. Carácter teológico que se mantuvo como creencia doctrinal y plasmó en el credo oficial de la iglesia cristiana.
En ningún evangelio aparece que Jesús “fue levantado por Dios”, expresión que sólo aparece en Hechos 2, 23-24, con el verbo activo anestesen: “a este… a quien Dios resucitó (lo levantó)”.
¿Quién era el joven mensajero que en el Evangelio de Marcos anunciaba la resurrección, como “levantamiento”, con significación natural o física, y que de forma triunfante, se mantenía “sentado a la derecha” ¿Estaba quizás proclamando el hecho como obra propia?
Si restamos sobrenaturalismo al relato, ese joven del evangelio de Marcos, hubo de ser protagonista o uno de los partícipes de un plan perfectamente urdido, tras el entierro digno de un héroe respetado, cuyo cadáver no habría de pudrirse en la fosa común de los malvados, apedreados y colgados, según establecía la ley y la costumbre religiosa de los judíos, como destino de los “malditos de Dios”.
Ese “discípulo amado” de Juan, que corría con Pedro hacia el sepulcro, y que se adelantó (no se dice por cuanto tiempo) era, a lo mejor, un hijo de José el “de Arimatea”, que, junto con Nicodemo, preparó la sepultura de Jesús, habiendo pedido, aquel “hombre prestigioso del Sanedrín”, el cuerpo a Pilato, y que luego le dio sepultura en una tumba de su propiedad.
Si la tumba estaba vigilada por “guardias” (Mt. 28,4), solo alguien con acreditación suficiente, como fuera el hijo del dueño de la tumba, pudo acceder a ella y, con añagaza, convencer a los vigilantes.
El “discípulo amado” aparece, como tal, únicamente en el Evangelio de Juan, sin desvelarse su nombre, y estaba muy cercano a Jesús en vísperas de su muerte y en el momento supremo: en la Última Cena estaba recostado sobre el pecho de Jesús (Jn. 13, 21-26); acompañó a Pedro a casa del Sumo Sacerdote Anás, cuando tuvo lugar el interrogatorio (Jn. 18,15); aparece al pie del madero, acompañando a la madre de Jesús (Jn. 19, 26-27); además de correr con Pedro hacia la tumba vacía (Jn. 20, 1-10), está junto a éste en la aparición del Jesús resucitado a los discípulos (Jn. 21, 20-22); él fue el primero en reconocer a Jesús resucitado en el mar de Tiberias de Galilea (Jn. 21, 1-7).
Este “discípulo incognito” quizás haya de identificarse con el joven que seguía desnudo a Jesús en la noche, cuando éste fue detenido (Mc. 14, 51-52: Mc. 16,5).
Él era “el discípulo a quien Jesús amaba”…, “que ha escrito estas cosas” (Jn. 21): “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y las escribió. Y sabemos que su testimonio fue verdadero” (Jn. 21,24).
De la afirmación anterior del Evangelio de Juan se deduce que “el discípulo amado” escribió un evangelio desconocido, cuyo “testimonio verdadero”, conocido por Juan, que formaba parte de una comunidad primitiva (el “circulo de Juan”) sirvió para que este escribiera el Cuarto Evangelio.
Ciertamente, alrededor del discípulo amado, el anunciador de la resurrección, se formó una Comunidad cristiana, que según R. E. BROWN, se diferenció netamente de la de Jerusalén, presidida por Santiago, y que se significó por una “cristología más elevada” que la del Judeocristianismo.
Esta comunidad se estableció en la comarca que abarcaba las tribus de Benjamín (con capital en Lida hoy, Lod, en el A.T. Lud, 1 Cro 8, 12) y en Efraín (Samaria), tierra de Samuel (1 Sam 1) y del jefe de la tribu de Manasés, Gamaliel (Num 1,10), con capital en Arimatea (antigua Ramáh, hoy Rentis). Desde Lida, Pedro apóstol se acercó a Jope para resucitar a Tabita. De esta comunidad formaron parte inicialmente, “los Siete” del Evangelio de Juan (Jn. 21): donde los “otros dos discípulos” han de ser los “discípulos ocultos”, Nicodemo y el Joven Abbibas.
El discípulo amado fue, quizás, el promotor y mantenedor de la “Comunidad de Lida”. Fue un amigo y discípulo de Jesús, persona importante. Los investigadores del mensaje de Juan están cada vez más convencidos de su presencialidad histórica, de su realidad concreta.
¿Quién fue el discípulo amado? ¿Quién pudo ser el autor del “levantamiento” del Jesús muerto, y por qué lo hizo? La respuesta a estas cuestiones permanecieron indecisas durante siglos, aunque los miembros de la comunidad conocedores del “discípulo oculto” no eran ignorantes de la realidad del personaje y de los hechos que protagonizara, hasta que el testimonio quedo difuminado en la memoria colectiva.
Pero la ausencia de noticia histórica daría lugar al surgimiento de la leyenda, hasta que los Evangelios –el mensaje de Jesús- fundaran una religión universal con un credo institucionalizado.
La respuesta definitiva a los interrogantes sobre el discípulo amado llegó en el Siglo V, hacia el año 415 d.C, cuando unos estudiosos de la Escritura y de la historia de la primitiva comunidad de aquella región palestina, mediante investigación, llegaron a obtener pruebas de un hecho muy importante que sucedía en aquel lugar: el complejo de Lod, Ramla, Kafargamala. El sacerdote del sitio, un tal Luciano, y un monje de la comarca llamado Migecio, hombres eruditos, descubrieron, mediante “revelación” en sueño nocturno, el depósito de un mausoleo perteneciente al antiguo dueño de la villa, que resultó ser Gamaliel el Viejo, el Nasi que presidio en el s. I el consejo Supremo del Sanedrín de los 70 sabios y magistrados que, en Cesarea del Mar, junto al Prefecto de Roma, decidía las cuestiones de justicia penal presentadas por los sanedrines regionales de 23 miembros, de la subprovincia de Siria, Judea. El Rabbam Gamaliel participó como miembro eminente también en el Sanedrín de Jerusalén.
El Nasi Gamaliel, nieto de Hillel el Sabio y presidente de la Escuela rabínica liberal, que se oponía a la de signo rigorista y purista, encabezada por el Rabí Sammai, tuvo dos hijos: Shimon y Abbibas. Shimon Ben Gamaliel I sucedió a su padre como líder en la Escuela rabínica y era presidente del Sanedrín de Jerusalén cuando sucedió la derrota judía del año 70, tras la muerte de su padre en el año 50 d.C. Según FLAVIO JOSEFO, murió asesinado por los zelotes durante la rebelión del 66-70 d.C. Como su madre, practicó fielmente la religión judía toda su vida. Su tumba, separada de la de su padre, se mantiene como lugar de peregrinación hoy, después de casi 2000 años, en Kafar Kanna (Caná de Galilea).
El hallazgo de la tumba de Gamaliel el Viejo dio lugar al episodio histórico que se denominó la “Invención de San Esteban”. Lo sorprendente fue que el descubrimiento tuvo lugar a consecuencia de unas “visiones nocturnas”, que ambos personajes tuvieron, y en las que Gamaliel el Viejo les anunciaba que en la sepultura y junto a él yacían su hijo Abibas y los cuerpos del Mártir Esteban y de Nicodemo. El nombre de Esteban estaba escrito en arameo con la palabra Kelil, que se traduce “Coronado” o “Nezereo”.
Ese monumento había sido olvidado por la tradición judía de los primeros siglos, olvido achacable a la supuesta y escandalosa conversión. Aunque el Talmud judío reconoce la gran figura del Rabban Gamaliel como autora del mejor criterio de interpretación legal de la Halaká de la Escritura, nada recoge de su pensamiento religioso, paralelo al de su abuelo Hillel, y que tiene cita en el libro de Los Hechos de los Apóstoles. Pensamiento religioso que iba en la línea de Hillel, de una religión ética a favor del Hombre, que Jesús aprendió de Gamaliel, su maestro, junto a Abibas y Saulo.
La supuesta traición de Gamaliel el Viejo fue subsanada por un sucesor suyo, de su descendencia, Shimon Ben Gamaliel II, que dictó las Dieciocho bendiciones, en las que la 12 condena a los nazoreos (notzrim). La tradición judía nunca nombra al segundo hijo de Gamaliel, Abibas.
Una tradición cristiano-nazorea sostiene que tanto el Rabban Gamaliel (de nombre José), como su segundo hijo, Abibas (gr. Abibon), se convirtieron al cristianismo y fueron después canonizados como santos: San Gamaliel y San Abibas. Los Santos José de Arimatea y Gamaliel son identificables.
En este libro exponemos la aventura de Abibo, el discípulo amado y anunciador de la Resurrección, considerándola como levantamiento del Jesús muerto, el cual, según la tradición nazoreo-samaritana, sería Esteban (Coronado).