CÍRCULO DE TEOLOGÍA DEL SENTIDO COMÚN PRESENTA:

JESÚS,

TAL COMO LO CONOCIÓ Y LO JUZGÓ

SAN PONCIO PILATO 

En un momento crucial de la historia del mundo, como el presente, de enorme violencia con raíces religiosas, el encuentro en Egipto del Papa Francisco, católico, con el Papa Teodoro II de la Iglesia Copta, con ánimo de reconciliación en la creencia de Jesús, tiene significación de paz alegórica, recordando que el cristianismo copto, al igual que el etíope, mantienen en sus altares y adoran como santo a Poncio Pilato. Lo que para muchos católicos resulta escandaloso.

En los adentros del cristianismo devoto y ortodoxo se considera a Pilato, junto con Judas, como las dos figuras de “entrega maldita”, en la Pasión del Mártir Nezereo, y cuyos actos de enorme perfidia: “lavarse las manos” para desentenderse y “poner la mano” para cobrar la traición, causaron el asesinato sagrado más horrendo de la historia.

Una ideología creyente, comprensiva de la necesidad de la Redención, puso freno a un juicio condenatorio absoluto, considerando a uno y otro personajes como meros instrumentos útiles de un plan de Providencia Divina para la Salvación: Ellos “salvaron al Salvador” que había sido tentado para el poder por el gran Enemigo. Así se libraron de culpa individual; pero la fe ciega y fanática de muchos los condenan como personajes evangélicos “autores del deicidio”.

Dentro de esta tradición intolerante resultó una contradicción inadmisible que asambleas cristianas se atrevieran a declarar “santos” a Poncio Pilato y a su mujer Claudia Prócula. Así lo hicieron las iglesias Ortodoxa griega, la etíope monofisita y la copta de Egipto. La decisión emprendida por estas tradiciones no es meramente devota sino que se aportan fundamentos que la justifican.

El Padre de la Iglesia primitiva, originario de Siquem, en Samaria, y mártir en Roma, Justino Mártir, conocedor de las fuentes administrativas del proceso de Jesús en los archivos históricos de Cesarea del Mar y de Roma, en su Apología, dirigida al Emperador Antonino Pio, en defensa del cristianismo, escrita hacia 150 d.C., decía al emperador: “Lo que verdaderamente sucedió podéis comprobarlo en vuestros archivos; están en las actas de los acontecimientos sucedidos bajo el prefecto Poncio Pilato” (I, 35; V.t. 48,8).

El también Padre de la iglesia, Tertuliano, natural de Cartago, en el norte de África, en su Apologético, a finales del S. II, escribía: “Pilato, que en su conciencia ya era cristiano, comunicó todos los hechos referentes a Cristo al entonces emperador Tiberio…” (Apol. V,2).

También hay alusiones a las Acta Pilati en otras fuentes del primer cristianismo, como San Jerónimo, Eusebio de Cesarea y Orosio.

Sobre la intervención de Claudia Prócula, la esposa de Pilato, en el proceso de Jesús, el evangelista Mateo nos ofrece una prueba, dirigiéndose al prefecto: “No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido en sueños por su causa” (Mt. 27,19).

A favor de la base histórica y jurídica de los Informes administrativos dirigidos por Poncio Pilato a Tiberio se han pronunciado criterios muy válidos por historiadores de reconocido prestigio hoy, como son los de Lidia Staroni, Marta Sordi, J.P. Waltzing, G. Ricciotti, Blinzler, etc… se considera que en el caso de Jesús-Esteban (“Nezereo”-“Coronado”), el gobernador hubo necesariamente de informar de la ilegalidad cometida por el Sanedrín, presidido por José Caifás, en la ejecución del declarado, en sentencia, firme “Inocente” de Pilato. Véase Mc. 15,44, pasaje en el que Poncio Pilato muestra extrañeza por la “pronta muerte” de Jesús, después de advertir a los sacerdotes y ancianos, que le habían amenazado: “Lleváoslo y juzgazle vosotros según vuestra ley” (Jn. 21,1).

Después de que a Pilato, prefecto en Cesarea, con audiencia en el Pretorio del Palacio de Herodes de esa capital, que albergaba también el consejo de 71 Consejeros-Jueces, los sanedritas judíos le llevaron, acusándole de criminal, alborotador y blasfemo a Jesús, que se hacía llamar “Hijo del Padre” (gr. Barrabás); “Hijo de Dios” en boca de los judíos (Mt. 26,63), el prefecto, que le conocía como el profeta mesiánico (Taheb) huido, después de convocar a una multitud en el Monte Garizim, creyendo él que se trataba de una insurrección, mandó reprimirla con violencia, ajusticiando después a los principales de la revuelta.

Pero el profeta Galileo-samaritano, escapado con ayuda de los suyos, “siguió su camino, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc. 13,33).

Y en Jerusalén murió el Nazoreo, apedreado y colgado, según él profetizaba: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!” (Lc. 13,34).

El suceso tuvo lugar en la primavera del año 32, cuando Tiberio envió a Oriente (Siria) al gobernador o legado Lucio Vitelio, cuando en Roma tenía lugar la depuración por la conspiración de Elio Sejano, y Pilato era también reclamado por el senado de Samaria, tras la represión multitudinaria de los samaritanos convocados por el Profeta (F. Josefo), tras la muerte ilegal del mismo.

Presentado Vitelio en Cesarea Marítima, destituyó a Poncio Pilato, ordenándole presentarse en Roma, ante la reclamación de Tiberio.

Presentado después en Jerusalén, Vitelio ordenó el cese del Sumo Sacerdote José Caifás, reemplazándolo por su cuñado Jonatás.

Poncio Pilato se libró de la depuración inmediata por la supuesta participación en la intriga que llevó a cabo Sejano. Y se libró por su parentesco con Tiberio, ya que su mujer, Claudia Prócula, era nieta de Tiberio. A Pilato se le castigó con el destierro en Egipto, donde tenía familiares que le cuidaban y vigilaban. Uno de ellos, cónsul en el año 37, tras la muerte de Tiberio, llamado Petronio Poncio Nigrino, permitió su vuelta a Roma.

El credo cristiano de Nicea incorpora la tradición: “Padeció bajo el poder de Poncio Pilato…”, en la que no se afirma la autoría de Pilato: “bajo el poder” significa “durante el tiempo de su mandato”. Cuando Poncio fue destituido por el Gobernador de Oriente, Vitelio, y en el momento de interim, de vacancia administrativa de la justicia romana, el sanedrín judío aprovechó, antes de la llegada del enviado sustituto, Marcelo, la “entrega” del prefecto, que les había dicho: “Juzgazle vosotros de acuerdo con vuestra ley”. Esa coyuntura de aprovechamiento del “cese legal” se dio también en el caso de la ejecución, también por apedreamiento de Santiago, “el hermano de Jesús” cuando los judíos consideraron que tenían una oportunidad favorable, cuando “Festo había muerto y Albino se encontraba aún en camino” (F. JOSEFO, Antigüedades XX, 200,3).

En su destierro de Alejandría, Poncio Pilato mantuvo correspondencia con el emperador Tiberio, ante el cual tenía interés de informarle, justificándose, de sus actividades administrativas. Dentro de esta correspondencia destacan unas cartas memoriales, recogidas en los Evangelios apócrifos con el título “cartas de Pilato al Cesar” o “Relación de Pilato” (Anaphora). En ella, el converso Poncio hace una descripción de Jesús, tal como le conoció, por informes y por entrevista o interrogatorio en su magisterio judicial de Cesarea, dentro del proceso. Y entre otras cosas dice:

El (Jesús) obró muchas curaciones… devolvió la vista a los ciegos, y la facultad de andar a los cojos; resucitó a los muertos; limpió a los leprosos; curó a los paralíticos…; dándoles fuerzas para andar y correr, y extirpaba la enfermedad con sólo su palabra… Obró, además, otros milagros, mayores que éstos, de manera que he llegado a pensar que los portentos suyos son mayores que los que hacen los dioses venerados por nosotros”.

Este es, pues, a quien… los judíos me entregaron en connivencia con todo el pueblo, haciéndome mucha fuerza para que lo juzgara. Y así, aun sin haber encontrado en él causa alguna de delitos o malas acciones, permití que le crucificaran, después de someterle a flagelación” …

“Así, pues… he hecho a vuestra excelencia la relación escrita de lo que mis ojos vieron en aquellos momentos y, poniendo además en orden lo que hicieron los judíos contra Jesús, lo he remitido a vuestra divinidad, oh Cesar” (Fuente Evangelios Apócrifos, por A.D Santos Otero. Bac).

Testimonio este que forma parte de los Hechos contenidos en el “Ciclo de Pilato”, sometidos a múltiples vaivenes históricos. Aunque se pone en duda su autenticidad, se palpa un fondo de veracidad por su contexto y protagonistas. Nunca un extraño al cristianismo testificó con tanto fervor. Ello favoreció la consagrada santidad de Poncio Pilato, que hicieron algunas iglesias de Oriente, salvando su figura de contrarias difamaciones.

Sin embargo, el emperador romano Maximino Daza, destacado en Oriente entre 308-313 d.C., perseguidor implacable del cristianismo, intentó desacreditar su fe, publicando un Informe, que fue exhibido en todos los lugares y escuelas provinciales de su administración del Imperio, atribuyéndolo a Poncio Pilato (V. EUSEBIO, Hist. Ecles. Lib. IX, cap.  5). Dicho documento sería luego censurado por la Gran Iglesia que culminó en el Concilio de Nicea, primer Ecuménico de la Iglesia Católica, convocado en 325 d.C. por Constantino, quien había legalizado el cristianismo en su Edicto de Milán de 313.

Perdido el documento original publicitado por Maximino, surgieron remedos del mismo en los que Pilato se mostraba como un prefecto romano detractor de Jesús y de su movimiento. Uno de ellos, ofrecido entre otras fuentes historiográficas que lo difundieron, en “Cath. Bi Q” 9 (1947) 436-41, y ha sido recogido, entre otros en Los Evangelios Apócrifos, de A. DE SANTOS OTERO, como “Sentencia de Pilato” (Bac, 1991, págs. 526 ss. Lo resumimos así:

YO, Poncio Pilatos, aquí Presidente Romano dentro del Palacio de la Archipresidencia, Juzgo: Condeno y sentencio a muerte a Jesús, llamado por la Plebe Cristo Nazareno, de patria Galileo, hombre sedicioso de la Ley Moysena, contrario al gran emperador Tiberio Cesar. Y determino, y pronuncio por ésta, que su muerte sea en Cruz, y fijado con clavos a usanza de reos, porque aquí congregando, y juntando muchos hombres ricos y pobres, no ha cesado de mover tumultos por toda la Judea, haciéndose Hijo de Dios y Rey de Jerusalén, con amenazas de ruina de esta ciudad, y de su Sacro Templo, negando el Tributo al Cesar. Y habiendo aun tenido el atrevimiento de entrar con ramos y triunfo, y con parte de la plebe dentro de la ciudad de Jerusalén, y en el Sacro Templo. Y mando a mi primer Centurión Quinto Cornelio que lleve públicamente por la ciudad a Jesús Cristo, atado, azotado, vestido de purpura, y coronado de espinas, llevando la cruz en los hombros para que sea ejemplo para todos los malhechores. Y con él, quiero que sean llevados dos Ladrones homicidas, y que salgan por la Puerta sagrada, ahora antoniana y que lleve a Jesús al monte público de Justicia llamado Calvario, donde será crucificado, y muerto, y su cuerpo quede en la Cruz, como espectáculo de todos los malvados; y que sobre la Cruz sea puesto el Titulo en tres lenguas (Hebrea, Griega y Latina), que diga “JESÚS NAZARENO REY DE LOS JUDIOS”.

Poncio Pilato, indudablemente, sentenció con firmeza la INOCENCIA de Jesús. Una corriente de simpatía hacia el Prefecto Romano discurre por los cuatro evangelios, cuando, en definitiva, tratan de descargar toda la responsabilidad de la muerte de Jesús en las autoridades judías. El pasaje que se refiere a Prócula es muy significativo: su visión nocturna y el sentimiento de disculpa que ella manifestó a su esposo fue el resorte que conmovió a éste en su interior para que se mostrara confeso discípulo del “Hijo del Padre” (Bar Abbas, gr. Barrabás), al que los judíos acusaban de blasfemo por “hacerse Hijo de Dios” (Jn. 10,31), declarándose a sí mismo Dios al decirse Hijo de Dios: (“No te apedreamos porque hagas obra buena, sino por blasfemo; porque tú, siendo hombre, te haces Dios” Jn. 10,30-36).

En el Evangelio de Pedro (Fragm. de Akhmim, encontrado en la antigua Pasópolis (Alto Egipto), donde se glorificaba a Poncio Pilato, a éste se le confiere un trato de especial respeto, liberándole de toda responsabilidad, y se pone en su boca: “Yo estoy limpio de la sangre del Hijo de Dios; fuisteis vosotros los que decidisteis darle muerte” (XI, 46) … “Pues es preferible ser reo del mayor crimen en la presencia de Dios, que caer en manos de los judíos y ser apedreado” (XI, 48).

Los redactores de este Evangelio, defensores de Pilato y execradores de los judíos, señalan el momento en el que Herodes (Antipas), en connivencia con las autoridades judías: “no queriendo estos lavarse las manos”, ordenen la ejecución de Jesús: “Pero de entre los judíos nadie se lavó las manos: ni Herodes ni ninguno de sus jueces”… “Entonces, el Rey Herodes manda que se hagan cargo del Señor, diciéndoles: Ejecutad cuanto os acabo de mandar que hagáis con él” (I, 1-2).

Y continúa: “Se encontraba allí a la sazón José, el amigo de Pilato y del Señor, y sabiendo que ellos iban a colgarle (stauriskeim), se llevó a Pilato en demanda del cuerpo del Señor para su sepultura” (II,3).

El obispo de Antioquia, Serapion (190-211), comprobó que “la mayor parte del contenido (de este evangelio) está conforme con la recta doctrina del Salvador”, aunque admitía en el cierto docetismo, de lo que también se tilda al Evangelio de Felipe.

Teodoro Cirense (+h. 460), pone a los nazoreos en relación con el Evangelio de Pedro: “Los nazoreos -dice- son judeos que veneran a Chresto como el hombre justo y se sirven del evangelio denominado `según Pedro´ ” (Aeret. Fabularum comp. II,2).

En su reciente visita y encuentro religioso en Egipto, el Papa Francisco rezó en la Catedral copta de San Marcos en El Cairo, junto al Patriarca copto Teodoro II. Allí, en una Misa Ecuménica, tuvo ocasión de contemplar y admirar múltiples efigies del Santoral copto, más amplio y universal que el católico, y que incluye, entre otras, las figuras de: San Marcos, San Bernabé, San Cirilo de Alejandría, San Clemente de Alejandría, San Lucas el Evangelista, San Anastasio, San Agustín, San Pacomio, San Dídimo el Ciego, San Moisés el Moro, San Gamaliel, San Nicodemo, San Pacomio, San Panteno, San Pablo de Tebas, San Antonio Abad, San Abdel Makai, San Abu-Arah, Santa Thais, Santa Verena, Santa Prócula…, San Poncio Pilato… .

Francisco oró y dialogó, mirando a Santa María de la Paz, por el acercamiento, el respeto, la integración tolerante de todas las tradiciones cristianas, sus tendencias y sus miembros, aunados en la fe del Dios de Todos. Y le hizo un guiño a San Poncio Pilato, allí venerado.

 

fanatismo religioso